Venía yo de camino a Dallas desde Londres, un vuelo de aproximadamente 10 horas, durante este vuelo daban de comer, primero, al inicio del viaje, un plato completo (comida caliente, ensalada, postre…) y después , cerca del final del trayecto, un “snack” solamente para pasar el hambre.
La cosa es, debido a la pandemia (y a mi paranoia) decidí que comer en el avión no era una buena idea, así que de las comidas, lo único que solicité fue el dichoso “snack” que consistía en una especie de empanada rellena de carne de res. Mi plan era conservar el “sándwich” para comerlo fuera del avión, una vez que llegara a tierra en suelo estadounidense; así que con eso en mente guarde la cajita de cartón en mi mochila.
Una vez que aterricé en DFW tuve que seguir el molesto protocolo migratorio de contarle a un oficial mi intención al visitar su país: “sólo estoy de paso” contesté, “en un par de horas me voy a México”. El oficial, satisfecho con mis respuesta estaba a punto de dejarme pasar cuando de la nada me preguntó si es que traía algún alimento en mi mochila; no pensé nada de la pregunta, todo fue muy casual así que respondí que sí, que traía un sándwich de carne del avión.
A mi siempre me han dicho que al oficial de migración no hay que mentirle porque ya lo sabe todo.
Acto seguido me pidió nuevamente mi pasaporte, cosa extraña para mí, puesto que ya lo había revisado; aún más sorprendido quedé cuando tomó mi documento y lo metió dentro de una caja asegurada magnéticamente; me dio la caja y me indicó que siguiera mi camino como todos los demás. Confundido, yo avancé.
Tras avanzar por el pasillo y cerca del final del mismo fui interceptado por otra persona, quien se percató que yo traía el pasaporte en una caja plástica, espero que al menos también haya notado mi cara de confusión porque según yo, era muy graciosa. Esta persona amablemente me dirigió hacia otra parte del aeropuerto, una especie de chequeo de seguridad en donde habían máquinas similares a las que hay cuando vas a entrar a las salas de abordar, pero estas eran tamaño industrial.
Ahí fui recibido por un grupo de oficiales que amablemente me indicaron que colocara mi equipaje de mano (en donde traía mi sándwich de carne) dentro de la máquina escaneadora. Una vez que el escaneo terminó, mi maleta fue abierta y la caja de mi sándwich inspeccionada meticulosamente. Acto seguido la oficial preguntó que dónde la había conseguido, “en el avión, lo estoy guardando porque es mi lunch” contesté. “Ajá” me dijo la oficial, asintiendo al tiempo en el que arrojaba mi sándwich a la basura.
“Entonces, ¿ustedes se quedan el sándwich?” pregunté, ya con el corazón y el estómago roto porque me había quedado sin lunch de la forma más inverosímil posible.